IMPROVISANDO

Hoy es 24 de enero.

25 cuando publique el artículo.

El segundo de este año 2023.

De momento el año podríamos decir que ‘ha ido’.

Que algo ya es.

Y no porque destaque nada malo en mi vida.

En realidad, creo que la agenda que iba a ser para mi hermana y ahora es para mi cuñi, sería el mejor resumen para comentar estos primeros días de 2023.

Bueno, más que la agenda, la frase de la portada.

“Intento controlar mi -mala hostia- pero hay gente que no colabora.”

Es una agenda de Puterful, que querré para mí el año que viene, porque las frases son muy yo.

Quejándome de la vida y de todo en general.

Pero este año, seguiré con la de Mr. Wonderful que me ha regalado mi Vidi.

Mucho más ‘happy flower’, pero también lo peta.

Y hasta aquí, el mayor ejemplo del título de este artículo.

Ni siquiera sé porque te estoy contando todo esto, pero me ha salido.

Así que he improvisado.

Lo que yo quería contarte hoy es que el domingo hicimos tortitas para desayunar.

Lo habíamos comentado unos días antes, pero ninguno había mirado recetas.

Esa misma mañana, desde la cama, nos inspiramos a buscar.

Una receta que fuera un poco ‘fit’ para que no se nos fuera de las manos.

La cuestión es que había demasiadas en internet y, tanto mirar, no iba a hacer que las tortitas se hicieran solas.

Decidimos actuar.

Mi Vidi me dijo que ya haríamos ese desayuno otro día con más calma.

Pero en realidad yo sé que estaba esperando la respuesta que le di porque él también se moría de ganas.

“Vamos a improvisar le dije.

Total, todas las recetas llevan más o menos los mismos ingredientes.

Los mezclamos todos y ala.”

Justo ahí se nos iluminó la cara.

Hasta que de repente me giro y veo más leche de la que debería haberle puesto.

Se le fue la mano (y por eso la cocinillas soy yo jaja).

Total, que como andábamos escasos de huevos, no podíamos preparar otra mezcla.

Nuestra solución fue seguir añadiendo avena y cacao hasta que eso se espesara un poco.

Y lo hizo sí.

Pero había masa ahí para más tortitas de las que pretendíamos desayunar.

Recordé que teníamos una sartén para hacer creps, pero no la encontramos, así que nos liamos a hacer tortitas en una sartén habitual.

Él tomó el mando de los fogones y empezó a hacer una tras otra como si fuera lo más normal del mundo.

Todavía dudo de si era su primera vez haciéndolas…

Lo mejor fue cuando me soltó: “hay que darle la vuelta cuando empiezan a aparecer las burbujas, porque eso es que ya está hecha por un lado”.

Y sí, cierto es, pero que él lo supiera, me dejó más que flipando.

Yo mientras, seguí con mi labor de preparar los toppings, que no era otra cosa que crema de cacahuete, coco rallado y naranja.

Como odio pelar naranjas, cambiamos los papeles.

Y sí, aquí vino mi tortita gigante, que no ocupó toda la sartén de milagro (y era una mediana).

Pensé que quedaba masa para una última tortita, así que, directamente giré el recipiente y lo volqué como si nada.

Cuando vi que había más masa de lo habitual ya era tarde.

Esa tortita era casi el doble que las demás.

Y aún creo que llegó para una o dos más.

Tuve mal ojo sí, que le vamos a hacer.

Aunque quitando eso y que luego había que fregarlo todo, el resultado fue más que satisfactorio.

Otra primera vez juntos, haciendo (y comiendo) tortitas.

Que no es por nada, pero para haber improvisado ingredientes y cantidades, creo yo que superamos la prueba y con nota.

Por si te preguntas los ingredientes que pusimos, te los diré, pero lo habitual.

Harina de avena, huevos, leche de proteínas, cacao en polvo, un par de onzas de chocolate negro 72%, nueces, canela y chía.

Creo que no me dejo nada.

Aunque a nivel de cantidades, hicimos lo que nos dio la real gana.

Y la verdad que el resultado fue mejor de lo que mi Vidi esperaba.

Lo único que, si queremos volver a hacerlas, tendremos que volver a tirar de improvisación, porque no apuntamos las cantidades utilizadas.

Nos gusta vivir al límite, sí.

Después para comer, nuestro plan era hacer tallarines boloñesa.

Y el no hacerlos, no era una opción.

Yo llevaba demasiados días con ese antojo y los quería comer ese finde sí o sí.

Ya acepté no hacerlos el día anterior e ir a comer fuera a un japo.

Así que ese domingo, a pesar de haber desayunado tortitas de proteínas a las 11 de la mañana, iba a comer mis tallarines boloñesa.

Lo que sí improvisamos fue invitar a comer a mis suegris.

Hacía mil que no cocinaba ese plato, pero sabía que me iban a quedar ricos igual.

Así que, fuimos a comprar más carne y ¡al lío!

Obviamente, mi niño preparó también un poco de picoteo.

Para no morir de hambre ese día sí…jajaja

Y claro, como buen domingo, el ritual mandaba comer palomitas.

Que fueron más una merienda cena que otra cosa.

Porque primero vino la peli de Antena 3 en familia.

Como siempre, Iván y su padre, vieron la película a medias.

Mientras, mi suegri y yo, enganchadas nivel diosas.

Sí, a ella también le encantan esas películas.

Después de eso, cuando ya se fueron, curramos un poquito.

Y ya llegaron las esperadas palomitas de los domingos.

Como ves, nuestro domingo fue bastante improvisado.

Somos de ese tipo de personas que nos gusta ir haciendo sobre la marcha de vez en cuando.

Y como ese fin de semana no habíamos planeado nada con nadie, así lo hicimos.

Te he contado el domingo, pero todo el finde fue así.

Improvisar de vez en cuando, mola.

Además, cuanto más lo hacemos, más nos gusta seguir haciéndolo.

Creo que no todo el mundo nos sentimos cómodos con ello.

Pero también creo que todo el mundo debería hacerlo de vez en cuando.

Nos pasamos la vida en modo rutina automática.

Y en ocasiones, lo mejor que podemos hacer para romper eso es improvisar.

Ya está bien de ser medio robots siempre.

Hacer planes está bien.

Quedar con amigos y familia, también.

Pero improvisar, aún más.

Y no me refiero a ti solx o con tu pareja.

Puedes hacerlo como sea y con quien sea.

Bajo mi experiencia, tiene beneficios.

Cuando lo hacemos, estamos más relajados.

Soltamos ese control que solemos querer tener por prácticamente todo.

Y lo más importante para mí, salimos de esa rueda de la rutina.

Ya sea por un fin de semana o por unas horas, pero salimos.

Despejamos la mente de las preocupaciones habituales que nos puedan surgir.

Nos sentimos más relajados.

Y pensamos más bien en hacer lo que nos va apeteciendo según va surgiendo.

Quizá no te lo has planteado nunca.

Pero ya sabes que a mí me gusta hacerte pensar un poquito en ciertas cosas.

Así que ahí te dejo unos deberes.

Reflexionar sobre qué es para ti la improvisación y cómo te hace sentir.

Y si no te has dejado llevar aún por su ’magia’ y sigues inmersx en el mundo rutinario, ya sabes cuál es tu siguiente paso.

Prueba y juega.

Y, si lo haces, ya me contarás.

Drew,

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